Del sebo a la cera

Desde tiempos muy remotos, el ser humano, sintió la necesidad de iluminar la oscuridad. Cuando el sol se ocultaba tras el horizonte, la oscuridad se cernía sobre nuestros ancestros. De algún modo, surgió la idea de prender fuego al sebo y procurarse luz. En ese momento inconcluso, se inventó la vela.

La cultura egipcia y la antigua Roma, nos dejan a su paso por la historia, restos de esas primeras velas que consistían en la aplicación de algún tipo de grasa en una mecha para que la llama se mantuviera.

Tratándose como se trata de un invento cuyo origen y finalidad es la de iluminar en la oscuridad, resulta paradójico que, en la actualidad, su uso siga en auge. Así lo atestiguan nuestros compañeros de Mas Roses maestros artesanos en la fabricación de velas. Las velas siempre están en auge. Todo hogar cuenta en su haber con algún tipo de vela, ya sea decorativa o aromática.

Siglos antes de la invención de la luz eléctrica, las velas, eran las encargadas de iluminar los hogares. La cultura egipcia iluminaba sus casas y templos con lámparas de barro y mecha de papiro empapada en aceite vegetal. Este cambio en el combustible se produjo a causa de los desagradables olores que emanaban de la combustión de la grasa animal.

De manera paulatina, el barro se sustituyó por bronce y el papiro, por estopa o tela. Estas lamparás milenarias, nada tenían que ver con las velas tal y como las conocemos hoy. Demos un repaso por su historia y evolución a lo largo del tiempo.

La vela en la antigüedad: luz y alimento

Antes de que el siglo I llegara, las velas de sebo, incoloras y generalmente elaboradas a partir de grasa vegetal o animal, se utilizaban en los aspectos religiosos de forma habitual. Según los textos de la época, las velas eran utilizadas como elementos religiosos para iluminar los templos y sus liturgias.

Estas velas, gozaban de una enorme ventaja, era un elemento para iluminar y un alimento para cuando los víveres, escaseaban. Se rumorea que los soldados, se comían el cebo con el que estaba fabricada la vela cuando las despensas estaban vacías.

Las velas de sebo, tenían una desventaja: la duración de su llama era de escasa duración debido a que el extremo de la mecha se quemaba y había que despabilar su extremo para que no se apagara.

Durante siglos, las velas requerían de una vigilancia para evitar que se apagaran. Se quemaba cualquier material combustible que se tuviera a mano para la fabricación: grasas animales, aceite de pescado, vegetal, etc. cada uno de ellos con su particular desprendimiento de aromas nauseabundos.

Aunque en aquellos tiempos, dado que no había otras alternativas, el sufrimiento que causaban los olores, no superaba a la necesidad de luz.

No en vano, las velas tienen algo mágico. Por eso, siguen de actualidad. Tanto es su poder de atracción que incluso, contando con un invento del mismísimo Leonardo Da Vinci, para proporcionar luz y prolongar la duración de la vela, la gente, seguía utilizando velas simples. Este artilugio, consistente en un lampara formada por un cilindro de vidrio que contenía aceite de oliva y mecha de cáñamo, encajado en un globo de cristal lleno de agua, ampliando así el resplandor, no tuvo aceptación. Las velas, atraían más, tal vez por su coste.

El hecho de que para encenderlas no dispusieran de cerillas ni nada parecido, resultaba otro de los inconvenientes que no acababa de abolir su uso. Siempre existían soluciones, como, por ejemplo, destinar a un muchacho al fin de custodiar la llama en los teatros.

Sin duda, las velas han debido dejar muchas anécdotas a lo largo de su historia debido a estos inconvenientes y a su valor nutricional.

Ya en el siglo diecisiete, la evolución dio un gran paso en favor de las velas.

Con la aparición de las velas fabricadas a partir de cera de abeja (actualmente las más valoradas por su carácter ecológico), la necesidad de vigilancia para evitar que se apagaran, desaparecía. Las velas, se consumían al mismo tiempo que la mecha. Su inconveniente ahora, estribaba en el precio. Su coste, era mas elevado.

Para los más pudientes, esto no era ningún problema. Su llama más brillante, la confería el titulo de luz de lujo. No había casa importante que no consumiera velas de cera.

Procedentes de oriente, a lo largo del siglo dieciocho, se puso de moda la cera blanca y reluciente. Estas se elaboraban con aceite de cachalote.

Con el descubrimiento del petróleo, llegó la parafina, el material que conocemos en la actualidad como básico y fundamental para la elaboración de velas. Fue en ese momento, en el que se concibió la vela duradera, con mecha autoconsumible y que no dejaba mal olor.

Tras la revolución industrial que propició la creación de máquinas que permitían llevar a cabo una producción continua, los costes se abarataron y las velas, estaban al alcance de todos.

El fin de las velas

Con la llegada de la luz eléctrica y el gas a los hogares, cabía esperar el fin de este elemento. Ya no había necesidad de contar con velas en los hogares, recintos y edificios para iluminar las estancias. Bastaba con pulsar un interruptor.

Vaticinando un final abrupto, los templos religiosos de toda índole, conservaron las velas en sus liturgias y como elemento sagrado para iluminar sus altares. Aun a día de hoy, las velas son indispensables en cualquier iglesia.

A pesar de los avances, las velas seguían ahí. Todos los hogares, han guardado en sus despensas velas por si la luz, fallaba. Muchos de nosotros hemos pasado por algún apagón, donde la vela, ha sido un elemento crucial para iluminar la casa durante algunas horas.

Las velas, están presentes en esta sociedad tecnológica de forma muy viva. Pese poder considerarse innecesarias, dada su utilidad en la antigüedad, su valor simbólico, sobrepasa limites y fronteras. Se han establecido en nuestra cultura, en todas las culturas, tanto religiosas como paganas, poseyendo un valor simbólico como luz de vida. No en vano, no hay tarta de cumpleaños que no se corone con velas.

Si bien antes de la aparición de la luz eléctrica, las velas se utilizaban para iluminar, ahora, su función es la de oscurecer y atenuar las estancias cuando el exceso de luz, incomoda. También se utilizan para recordar a los que no están o como medio de protesta silenciosa. La cuestión es que las velas, no decaen. Siempre están presentes.

La llama de una vela, une. Cuando algo sucede en la sociedad, generalmente un acto trágico, de forma espontánea, una inmensa mayoría de personas, decide encender una vela y portarla hasta un lugar de encuentro. En numerosas ocasiones, ese acto surge de la impotencia propia. La incapacidad para cambiar el hecho en cuestión, inspira esa acción que ilumina el camino. Algo transcendental y espiritual que no puede hacerse con otro objeto que no sea una vela.

El sector, haciendo gala de este hecho, sigue imparable, creando velas de todo tipo y buscando materiales más sostenibles. Podemos encontrar en el mercado una amplia oferta de velas, las clásicas de toda la vida, las litúrgicas o las decorativas y aromáticas.

Formas, colores, tamaños. Anti humo, antiolores o con perfume. Recicladas en nuevas velas con otra vida.

Si te gustan las velas, todo un mundo te aguarda tras la cera. Desde sus orígenes, fabricadas con sebo mal oliente hasta la actualidad, elaboradas con materiales que eliminan los olores, las velas, mantienen su esencia y su presencia en nuestro día a día.

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